Monday, December 26, 2005

Manual de Carreño


Tuve la genial idea de invitar a comer a mi polola para nuestro aniversario y de cumplir con la leyenda urbana llamada “pagada de piso”. Pero no a cualquier lugar, no, no, no... a uno “cuico”. Era un aniversario especial y valía la pena darnos un lujo alimenticio, así que partimos a Borde Río. Ni más, ni menos.

- Mi amor, elige el restaurant que tu quieras – le dije esperando que ella supiera qué vendían en cada uno, sin necesidad de mirar la carta.
- No, es tu invitación, así que tu eliges – Ups, eso no estaba en los planes.
- OK, vamos a ese – indique al que se veía más poblado.

A penas nos sentamos me di cuenta que iba a ser una dura y larga velada, donde todos mis conocimientos del “Manual de Carreño” serían puestos a prueba. Partiendo por la cantidad de utensilios extraños que habían en la mesa... una larga hilera hacia la derecha del plato y otra hacia la izquierda; pero eso no era lo complicado, mi madre me había enseñado que se iba avanzando de afuera hacia adentro.

- Buenos días – nos dijo educadamente el mozo ¿aquí también se llaman mozos?
- Hola – Saludamos.
- ¿Desean ver la carta de vinos? – miré hacia los ojos abiertos de mi polola.
- Pero claro – dije muy seguro.

Llegó la famosa carta de vinos. Uno más desconocido que el otro; hasta pronunciarlos era difícil ¡imagínense cómo era elegir uno! ¿Tinto o blanco? ¿Francés o chileno? Por ahí había escuchado que en la elección de un buen vino se nota la elegancia. Pero no me había fijado en un pequeño detalle... los precios, que inmediatamente me ayudaron a decidir: Media botella bastaba.

Cuando creí que el tema del vino era un obstáculo superado, aparece nuevamente el mozo. Me mira fijamente al tiempo que sostiene con ambas manos la botella de vino, mostrándome su etiqueta...

- ¿Qué quiere que haga? – le susurré desesperado a mi polola, mientras el mozo mantenía su rígida posición.
- Probablemente quiere que le digas que está bien ese vino.
- Ahh... pero si eso quiere por qué no me lo pregunta. Sí, sí, ese está bien – Le dije al mozo.

En dos segundos destapó la botella y me pasó el corcho... ¡¿Para qué me pasa el corcho?! ¡¿Acaso el no lo puede botar él?! Pensando en lo flojo y desubicado que era el tipo tomé el corcho y lo dejé a un lado. A lo lejos escuché un par de risas.

El mozo volvió a tomar el corcho y me dijo que debía olerlo.

- Pero por supuesto – tomé el corcho y lo olí. ¿Qué debía oler? Sí, tenía olor a vino, de eso estaba seguro. No nos estaba engañando ¿esa era la idea? – Sí, el corcho esta bien.

Pero el mozo no se iba, lo que no era nada bueno. Tomó mi copa (afortunadamente él la eligió, yo hubiese tomado la más pequeña) y derramó un poco de vino, muy poco. Nuevamente su mirada se posó en mí. Supuse que era la señal para beber el vino. Levanté la copa y tomé las gotas que había echado. Él seguía ahí. ¡¡¡¡¿¿Qué más quiere que haga??!!!!! ¿Acaso pretende que le diga el año de cosecha?

- Sí. Está bueno. Con ese estamos. OK. Gracias. Eso es todo. Suerte.

Llenó mi copa y la de mi polola y por fin se fue. Gracias a D´s. Pero no por mucho tiempo; a los 5 minutos volvió con el menú. Recién ahí supe que nos habíamos metido en un restaurante italiano.

Luego de observar detenidamente la carta noté que los precios no estaban. Pero antes de alcanzar a sacar conclusiones, el mozo manifestó un leve “uppsss” e intercambió mi menú con el de mi polola, el cual sí tenía los precios.

- Mi amor, parece que tu menú está malo, así que vamos a tener que compartir el... – mi amigo el mozo carraspeó. Con un sutil gesto me dio a entender que si seguía hablando iba a hundirme más en el perfecto ridículo. Se me escapó el clásico “Ahhhh”, y el mozo me guiñó el ojo. AL FIN NOS ESTABAMOS ENTENDIENDO. Este podía ser el inicio de una bella amistad...

Cada uno pidió su plato de entrada. El mío decía Raviolli relleno de jaiva, y efectivamente eso era: un raviolli relleno con jaiva... bueno, sí, es una exageración, en realidad eran tres... ¡¡¡que me costaron el sueldo del mes!!!

El tema de las normas de conducta no acabó con el vino... ahora tocaba comerse esos raviollis ¿con qué cuchillo? ¿El de pescado? Que más que cuchillo parece una espátula de torta chica... ¿Por qué tiene esa maldita forma? Es todo lo que un cuchillo no es... no tiene filo, está chueco y es flexible... entonces ¿por qué le dicen cuchillo? SOLO PARA COMPLICARME.

Luego fue el turno del segundo: spaghetti. Una pésima idea. A penas tomé el cuchillo y corté el primero el silencio invadió el restaurante. El mozo disimuladamente me acercó la cuchara... ya se estaba transformando en mi mejor amigo...

Después del postre y del café llegó la cuenta; sólo ahí noté que el corcho del vino continuaba inerte en la mesa. Filo. Tomé elegantemente mi billetera y noté su bello vacío. Nada. Ni un solo peso. ¡¡¡QUE!!! Entre cortar los spaghettis, comer con el cuchillo deforme, catar el vino, había olvidado un pequeño detalle: no money at all; el caramelito para condecorar la noche. Vaya pagada de piso la mía. Pero 6 años de pololeo bastaron para que entendiera la situación antes que yo:

- No te preocupes, yo pago.

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