Thursday, June 01, 2006

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Monday, December 26, 2005

Nos Persiguen!!!!!!!!



No se si es paranoia o es que soy increíblemente empático, pero todos me hablan a mi. O sea, a nosotros. Es cosa de encender el televisor y esperar a los comerciales: un pisco nos recuerda cuando imitábamos a los New Kids on the Block y nos aconseja tomar ese pisco sour “por los viejos tiempos”; una aseguradora nos dice que si vimos alguna vez Magnetoscopio Musical ya estamos a medio camino de jubilar “Preocúpate”…

No es sólo la TV; en el camino de vuelta a mi casa se me acerca un diarero para ofrecerme la GRAN promoción: por la compra de La Tercera más “x” plata me podía llevar el dvd de Robotech, Marco o Heidi. No me pueden decir que esta dirigida a los niños.

Incluso leí en ese diario (el que compré para revivir la canción inicial de Marco, el dibujo animado más sádico de los 80: ¿cómo nos hicieron pasar por eso los japoneses?) que el 30% de las ventas de Adidas estaban dadas por moda de los 80’; si hasta cambiaron el logo por el antiguo en forma de flor. ¿Me están hablando a mi? ¿Estamos tan viejos como para que la moda de nuestra adolescencia ya sea retro?

No. Al menos prefiero intentar buscar otra teoría: al parecer las empresas se dieron cuenta que somos adultos no asumidos con poder adquisitivo. Suena casi a conclusión de un extenso análisis, pero en realidad se me acaba de ocurrir (no quiero decir que sea un genio, sino que puede ser una completa estupidez).

La gran ventaja es que nos transformamos en una generación cool: Es cool poder tararear la canción de El Halcon ¿te la sabes?... “A favor de viento voy a correr, porque el viento es fiel amigo en mi vida… es mejor, es mejor… ir con él”. De hecho, el disco más vendido de La Feria del Disco es uno que tiene los temas principales de Marte, El Festival de los Robots, Capitán Futuro, etc. que incluso están sonando en la radio. La llevamos. Pero sólo porque tenemos el respaldo económico para llevarla.

Ay! del que no sepa quienes eran los señores de la robotecnia, el nombre del capitán Rick Hunter o que Nicky Lauda fue el personaje más freak de todos los monitos, sobre todo cuando descubrimos que era REAL!. Reconozco haber intentado hasta el cansancio de vestirme como lo hacía Sam el Rey del Judo: lanzando la chaqueta al aire y estirando los brazos para que cayera justo ahí. Si lo hubiese reconocido hace un par de años sería nerd, pero ahora es cool, como saberse el nombre de los Pitufos o los Transformers: sólo me acuerdo de Optimus Prime, pero sí se que habia uno que se transformaba en casette y eso era ultra moderno… me imagino que cuando saquen la película (que viene el 2006) el tipo se transformará en CD. Mínimo. Seguro me compro una polera de los Decepticons cuando la estrenen.

Bueno, ese precisamente es un excelente punto: las películas se estan ambientando en los 80: El Cantante de Bodas, Quisiera tener 30… en realidad no son ninguna maravilla… pero nos pertenecen. En esta última, la escena más cool es cuando bailan Thriller, vale la pena sólo por eso… y pensar que nuestro ídolo esta apunto de irse a la cárcel por pedofilia (no me refiero a Lavanderos).

Hay que de dejar de leer y empezar a escribir… si todos nos están hablando, llegó la hora de responder.

Los Preparativos


Uno creería que la presión se acababa con la entrega del anillo, pero no, ese fue sólo el comienzo. Y porque sabíamos que los preparativos eran agotadores decidimos fijar la fecha lo más pronto y cerca posible: en 4 meses, así corríamos la maratón de una, sin entrenamiento previo. Mala idea.

Así empieza la historia. Lugar: Depto. de mi futura esposa. Ocasión: celebración de la pedida de mano. Fecha: D – 120 (120 días antes del día D para los que ven pocas películas de guerra). Después de abrazar a 20 mil personas (5 en realidad) y recibir felicitaciones por la elección del anillo, vino la pregunta: ¿Cuándo? Nos miramos y corrimos a buscar un calendario… la fecha tenia que cumplir una serie de requerimientos: ser pronto (por que si), ser domingo (porque en verano shabat termina tarde), ser feriado el lunes (para que el valor de la fiesta se amortice en más horas)… lo que redujo la búsqueda a un solo día: el mismo que unos amigos.

De aquí en adelante voy a contar sólo lo que me correspondió a mí de los preparativos: mi traje. Sería. No se si por falta de confianza o por no haber asumido el liderazgo proactivamente fui marginado a pensar nada más ni nada menos que en mi traje. Y como era algo medianamente fácil, lo dejé para el final. Mala idea.

Era D – 30, y por el bien de mi futura señora y un posible ataque de stress, decidí comenzar mi cruzada. La primera variable era arrendar o mandar a hacer, por la premura ya no alcanzaba a ir a un modisto, así que partí por las tiendas de novios… empezaron a aparecer miles de ellas en lugares por lo que había pasado cientos de veces y nunca había visto. En la primera me fue mal, no me gustó ni uno (sí sé, me creí el cuento, pero tampoco me podía comprar el disfraz en la primera tienda, no podía ser tan fácil). En la segunda no había de mi talla y en la tercera no había de mi presupuesto. Mi búsqueda por ese día había concluido.

D – 20, ya me estaba dando por vencido hasta que mi suegro milagrosamente me ofreció un salvavidas: un sastre experto en novios, bueno, bonito y barato. Fui. Camino al centro empecé a buscar la calle escrita en un post it, debajo del nombre “Cesar Sastre”, hasta que el olor de un pasaje me llamó la atención: ahí era. Subí unas escaleras de caracol hasta encontrarme con el departamento del caballero. Me abre una señora de edad y me dice que espere a Cesar unos minutos sentado. El paisaje del lugar estaba decorado, entre vírgenes y payasos, con fotos del sastre junto a Ivan Zamorano mientras el primero le tomaba las medidas al segundo. Excelente, si el futbolista pasó por ahí antes de vestirse con Armani, iba por buen camino. Claro que Zamorano se veía demasiado joven y probablemente jugaba en Cobreandino en esa época.

“Marcos, pasa”, me dijo el encargado de salvarme de un divorcio prematuro. Me entregó unas revistas de novios para que eligiera el modelo que más me gustara. El que elegí no le gustó, por lo que decidí seguir el consejo del experto y cambiar de página… hasta que llegamos (en forma absolutamente guiada) al modelo que vestiría el día D. Elegimos telas y pasamos a la parte de las medidas. Cada vez que alargaba la cinta métrica garabateaba algo en un papel y balbuceaba un comentario para sí: “piernas cortas”, “flaco pero con mucha guata”, “sin hombros”. No sólo me dieron ganas de matarlo, sino que hasta pensé en matarme… era un deforme por todas partes y no me había dado cuenta!!! Hasta que comenzó a subir la cinta por el interior de mis piernas, bien arriba… como era la primera vez que alguien me tomaba medidas, supuse que era incómodamente normal (juré nunca contárselo a nadie, pero evidentemente fallé). Preferí no decir nada y volver en una semana más a probarme la obra maestra del sastre/sexopata.

A la semana siguiente no estaba listo (por supuesto que intenté ocultar esta información a la novia, que tenía su vestido hace meses). Sólo lo pude probar el día D – 7, un poco tarde, pero no tan terrible, a menos que… sí, no me quedaba bien. Terrible. Claro que era mi culpa según el sastre ya que se me había encogido una pierna y crecido la guata. Le hizo un par de ajustes, y prometió que estaría al día siguiente. Estuvo. Pero no las camisas. Con esas ya no llegaba. Agradecí que sólo me haya tocado encargarme del traje. Anoté una D en el post it que todavía tenía en el bolsillo: “Cesar D-sastre”.

Como epílogo de esta trágica historia sólo puedo agregar que: mi suegro, gracias a los llantos de mi novia, se encargó de la camisa. El traje logró ocultar todas mis malformaciones congénitas. Nadie se percató de mi traje (la fiesta es de la novia) y que finalmente el pantalón se rajó en la mitad de la fiesta. En resumen: salió todo bien.

Me Caso!


Cómo empezar con esta historia… en realidad es bastante larga, pero en pro del tiempo y del espacio disponible (no es una queja querida editora), me la jugaré con el resumen:

- “Mamá, Papá… ¡me caso!”, ahí fue cuando todo empezó.

Hay cosas que los hombres (como sexo, no como género humano) no sabemos. Ni preguntamos. Y todo lo referente al matrimonio cabe dentro de este saco: preparación, declaración, anillo, fecha, etc. Así que para todos los que aun no han vivido el proceso, les abriré los ojos. Al menos desde mi punto de vista.

No voy a entrar al CUÁNDO, ese tema no esta claro para nadie y no es el objetivo de esta sección dar consejos de “si ya es tiempo”… para eso recomiendo un par de test de la Paula. CÓMO es una pregunta más entretenida: tiene que ser distinto; no hay comentario más frecuente que la forma en que alguien pidió la mano: “los pararon los pacos y él se empezó a agarrar a garabatos, hasta que uno de los carabineros se le acercó a ella con el anillo”, o “estaban en un restaurante y de repente el llegó con una tropa de mariachis”, o “estaban en el cine y en la sinopsis apareció un aviso donde le pedía la mano”.

El COMO definitivamente va a marcar la gran anécdota que vas a contarles a tus hijos (en realidad, ahora que lo pienso, nunca supe como fue entre mis padres). Bueno, en teoría, es la gran anécdota. Pero siempre habrá lugar a la exageración y las hipérboles.

Mi COMO nació en un taxi: tenía que ser fuera de Chile. Decidí sorprenderla con un viaje inesperado, la metería en un avión sin que se diera cuenta… pero ¿a dónde? fácil… no hay lucas así que cerquita: Argentina.

La excusa era perfecta: nos íbamos a Viña con unos amigos, a los que seguiríamos durante el camino, pero en el momento de pasar cerca del aeropuerto, cambiaríamos de destino, develando el gran montaje. Perfecto.

Con mi coartada preparada llegué al depto de mi futura esposa. “mi amor, baja”… “sube tu, estoy un poco atrasada”… GLUP. El avión partía en una hora. Problema 1.
- “ehhhh…. No, ehhhh, baja tu, porque nos están esperando”, no se me ocurrió nada más.
- “llámalo y dile que vamos a llegar más tarde”.
- “No… tu sabes como es él, le carga que lleguemos tarde”, sonó convincente.
- “¿Desde cuando? Ya, ya… bajo en 10”.
- “OK, acuérdate de traer tu carné de identidad”. Ítem importante para viajar.
- “¿Pa qué?” preguntó con justa razón.
- “Por si vamos al casino”. Qué estúpido, en los últimos 10 años que hemos ido al casino nunca nos habían cuestionado la edad, menos ahora con 26.
- “Ok”. Idiota, pero funcionó. Aunque debe haber sido para no seguir discutiendo.

El retrazo de 15 minutos no iba bien. Ya en el auto, a toda velocidad, había perdido a mi coartada. Filo. De pronto… bum… bum… bum. El auto se detuvo. Problema 2: absolutamente en panna en medio de Américo Vespucio y a minutos de perder el avión.
- “Dejemos el auto acá”, dije absolutamente desesperado.
- “¿te volviste loco?… nos vamos mañana a Viña”, obvio.
- “Noooo… es que tenemos que pasar al aeropuerto…”, alcancé a balbucear.
- “¿Por qué?”… nuevamente, con justa razón.
- “Mi jefe me pidió que vaya a buscar un paquete que llegó allá”. Sí sé, absurdo ¿desde cuando los paquetes llegan al aeropuerto? Pero tendrían que estar en esa situación a ver si se les ocurre algo mejor.
- “Yo de aquí no me muevo”. Dijo sentada en el auto con los brazos cruzados…
- “Es que tenemos que ir! Nos está esperando un avión!”, dije sacando los pasajes de la chaqueta para mostrárselos. Plan B.

Hasta ahí llegó cualquier conversación. De ahí en adelante, silencio absoluto. Desesperado me crucé en la calle intentando parar a un taxi. Es impresionante cómo nunca están cuando los necesitas. Al mismo tiempo hablaba con la grúa para que se llevara mi auto, con mi familia para que se hiciera cargo y con la agencia de viajes para que de alguna forma hiciera esperar el avión. Resultado: batería del celular totalmente muerta.

En el taxi seguía el silencio. Realmente la había sorprendido o descolocado. Hasta que…

- “¿y por qué?”. Fue lo único que no pensé. ¿Por que? ¿Por qué? Piensa ¿Por qué?
- “ehhhh… mmmm”
- “¿por mi cumpleaños?”, CLARO, en 4 días era su cumpleaños. Perfecto.
- “Si… obvio… por eso… por que otra razón iba a ser”… Uffff.

En el aeropuerto una señora abre la puerta del taxi llamándonos por nuestros nombres. Hasta yo me sorprendí: una ayudante de abordo nos estaba esperando y ya había hecho los trámites, por lo que pasamos a policía internacional inmediatamente. Problema 3: el detector de metales. Sí, sí, AHORA sé que las joyas pasan sin problema… pero ¿y si me sonaba el anillo que tenía en la chaqueta? “algo que declarar”… estuve tentado a declararme ahí mismo, pero no era lo más romántico y perderíamos el avión.

Dejé el anillo en el bolsillo de la chaqueta y lo pasé por el visor de rayos X. “Señor, señor, no es necesario que se quite la chaqueta. Basta con que saque los objetos metálicos del bolsillo”. Si claro… “sí, creame… es ABSOLUTAMENTE necesario”.

En el avión no me separé de mi chaqueta ni por un segundo. Pensé nuevamente en proponérselo ahí… pero mi aspecto transpirado por efectos del calor con la chaqueta puesta, nuevamente no era el más digno.

Ya en Buenos Aires la cosa cambió. Todo el tiempo con el anillo en el bolsillo esperando el momento perfecto. Era de noche y estábamos en la proa de una barco/casino en pleno Mar del Plata… este sería mi Titanic.

- “Mi amor… en realidad estamos aquí…”, y fuimos bruscamente interrumpidos por un marinerito… “No pueden estar aquí”. Problema 3½ (y medio, porque no fue tan grave como los otros).

El Titanic se hundió. A un día de volver a Santiago, cualquier oportunidad funcionaría. Así que un puente en Puerto Palermo fue el escenario para el traspaso de mis nervios. No me acuerdo que le dije, pero al cabo de unos minutos, mi anillo estaba en su dedo. Ya no era Frodo… había cumplido con mi misión. Ese artefacto redondo de escasos centímetros traía consigo un gran poder. Ahora era ella la que empezaba a sudar y ardía de impaciencia por llegar a Chile.

Mi trabajo estaba hecho. Por ahora el problema era de ella.

Las Añoradas Vacaciones



Se acaba el año y se vienen las vacaciones. Y aunque suene un poco pesimista, es una tremenda depresión… once meses y medio de trabajo para dos semanas de descanso; con suerte, tres. Uffffffffffffffffff.

No es mi intención desanimar a nadie ni provocar llantos. Todo lo contrario. El tema es no tomarse la elección del destino de las vacaciones a la ligera: un error puede provocar otros 11 meses de espera.

Así que la planeación debe empezar muuuy anticipadamente. Primero examinamos nuestros deseos: NY, Paris, Israel. Luego, nuestras finanzas. Resultado de la combinación: Iquique, Talca o Buenos Aires (con raja).

Pero como esta, además de ser nuestras vacaciones, era nuestra Luna de Miel, decidimos poner a las finanzas al servicio de los deseos. Nos íbamos a Nueva York: la ciudad que nunca duerme.

Una vez resuelto el destino (una decisión casi tan difícil como la de Sophie) me topé con una serie de dificultades en el camino: Pasaporte, Visa, Pasaje, Auto, etc. Bueno, vamos por parte.

Misión 1: Encontrar el Pasaporte. Como no lo había usado desde el viaje de estudios, recorrí inmediatamente a la caja con otras cosas de la misma época: un certificado de notas de 2º y 3º medio (¿sirven de algo o los boto?); una libreta de comunicaciones en blanco con el antiguo logo del colegio; y el clásico estuche de plástico azul con un numero “2” corcheteado en él (porque yo era el segundo de la lista) donde debía estar guardado el pasaporte. Efectivamente, ahí estaba, pero vencido.

Misión 2: Actualizar el pasaporte. Se me había olvidado lo que significaba renovar este maldito documento: ir al registro civil, un lugar al que había ido hace poco tiempo, en circunstancias muy distintas. Pero al parecer es mucha mas la gente que viaja que la que se casa, porque cuando retire el numero de esa maquinita roja (algo así como el color oficial de la espera) y con los dedos cruzados noté mi numero de la suerte: 7, mi espera no podría ser tanta, máximo 6 personas… hasta que divisé el marcador electrónico. ATENDIENDO AL 63.

Misión 3: La Visa. Este si que no era un tema menor. Incluso llegué a pensar que no me la iban a dar; después de todo, el 11/9 puso todo el rigor de la seguridad en los extranjeros; además de cobrarnos 70 lucas por el sello en el pasaporte.

Después de pagar la suma, me llega un mensaje en el que se me cita a una entrevista en la fortaleza un día martes a las 10:00, a la que no podía llegar tarde o sería vuelto a entrevistar en 6 meses; a la que no podía llevar celular, ni cámaras, ni nada. Y encima mi futura mujer me advierte que vaya en terno. Si hasta casi ayuno. De hecho a cuando llegué, ya venía con cara de perdón. Me revisaron completo (y quiero decir COMPLETO) pero entré. Casi una hora después salí con la misma sensación que cuando di la prueba específica de biología: ¿le habré achuntado a alguna de las alternativas?

Misión 4: Los pasajes. Obviamente queríamos el 2 x 1, pero como todo chileno fuimos JUSTO el día en que se acababa la promoción (junto a 12.053 personas más)… hasta que vimos a lo lejos a la mamá del primo de un amigo: el pituto. “Tía… ¿como esta el negro?”. Entramos.

Pasajes en mano, solo nos quedaba planificar. ¿Cómo aprovechamos al máximo la semana? Teníamos que meter en 7 días los shows de Broadway y off broadway, partidos de basketball, baseball y futbol, museos, compras y visitas varias. Necesitábamos 52 horas diarias. Dado a la imposibilidad de cambiar la duración del día, nos vimos obligados a jugar a la matita solita y un par de cachipunes. El itinerario quedó completo. Veríamos El Fantasma de la Opera, El Rey León, La Bella y la Bestia, entre otras cosas. En resumen: perdí.

Logrando completar las 4 misiones y armar el itinerario, ya estábamos a bordo del avión rumbo a la casa de Woody Allen y Michael Moore, un viaje que habíamos esperado por largo tiempo. No alcanzamos a pensar mucho cuando nuestro asiento se empieza mover a golpes… recordé “Viven”. Pero no. Era un niñito que no tenía nada mejor que hacer que jugar a patadas con la bandeja. Miré indignado al papá: un argentino de 120 kilos que inmediatamente respondió mi mirada con: “Si querés comodidad viajá en primera”. En resumen, me mamé al niñito todo el viaje (¿Qué? ¿Querían que le pegara al gordo?).

A penas aterrizamos en NY y llegamos a Broadway nos convertimos en dos estúpidos turistas mirando hacia el cielo con las bocas abiertas… estábamos ahí, donde Harry Conoció a Sally, la ciudad que había sido destruida por extraterrestres, inundada por el calentamiento terrestre, azotada por meteoritos e invadida por dinosaurios y animales radioactivos. En ese segundo las colas, el pasaporte, la visa, el niño y el gordo pasaron al olvido. Los 11 meses de espera habían valido la pena (y solo quedaban 7 días).

El Mercado de las Bolitas

Gracias a mi nueva condición social, o estado civil, llegué de la pega y me quité los zapatos libremente, como no lo había hecho en años… uno primero, y el otro le siguió inmediatamente por los aires, cayendo descaradamente sobre el sillón. Al golpearse uno contra el otro, inmediatamente se me escapó, del fondo de mi mente, una palabra: “pelado”.

El solo eco de esa palabra trajo consigo recuerdos que habían estado enterrados por años: esa época en la que decir “Chupa” y “Pelado” en la misma frase era algo absolutamente natural y sin dobles intenciones. La época de las bolitas!!!

¿Todavía se juega a las bolitas en El Colegio? Casualmente a mi me tocó vivir el apogeo y caída de la divisa infantil, conformada por las siguientes medidas de cambio: la bolita, el tirito, el bolón y el bolón tirito.

El toque de la campana del recreo daba el inicio a una nueva sesión en el Wall Street infantil; el patio se repletaba de jugadores sedientos de poder, ese poder que estaba constituido por la posesión de cristales redondos en diversos tamaños y colores… era una lucha a muerte por conseguir en 15 minutos doblegar tu suerte y transformarte en el amo y señor de las bolitas, y sólo así ganar el respeto del resto (y la admiración de otras).

No era fácil la tarea; existían tantas maneras de jugar como jugadores dispuestos a probar su suerte. La primera misión consistía en deambular por el maicillo y buscar un rival a quien desafiar, antes de que te encontraran a ti, ya que desdeñar un duelo podría ser la ruina social.

“Te juego”, comenzaba el ritual.
“OK, primera sin revancha y sin definición”, frase que luego fue adquirida por otra disciplina: el cachipún.
“Chupa”, tras lo cual venía el primer lanzamiento de la bolita: la escapatoria.

El resto era en silencio. La primera bolita escapaba mientras la otra la perseguía, sin acercarse demasiado para no quedar a merced del rival… hasta que una quedaba en la mira (por lo general, la mia). Apresurado ante la posibilidad de la derrota, recordé un resquicio legal…

“Con Pepe!!!”: el contrincante sólo podría lanzar la bolita desde altura, sin dejarla arrastrar por el suelo. Gracias a lo cual logré salvarme de una “pelada” certera.

El lanzamiento no fue preciso y dejó a mi rival justo en medio de la juntura de dos planchas de cemento… esta era mi oportunidad. Precisamente cuando iba a deslizar mi divisa escuché: “Sin caminito”, regla fundamental que imposibilitaba mi acción. Decidí huir. Tras un par de lanzamientos volví a quedar indefenso; sin más reglas que añadir, rezaba porque sonara la campana para entrar a clases, la que podía dejar el juego sin efecto (“campanita salva”)… pero no sonó. Fui victima de un brutal lanzamiento: en cámara lenta vi como mi bolita era golpeada por la de mi rival. Había perdido el duelo.

Sólo me quedaban dos bolitas del botín obtenido el día anterior, el resto las había dejado en la cuenta de ahorros, con el fin de no entusiasmarme y gastarlas todas en un día.

Decidí probar suerte en los montoncitos, otro submundo. Aquí regía la ley de la oferta y la demanda; el mercado se autorregulaba: cada dueño de su montoncito establecía las reglas de lanzamiento; si el beneficio era muy alto, se podían exigir mayores riesgos (como lanzar desde una mayor distancia). Para competir en el montoncito de los bolones chinos (cuatro bolones de acero) había que tirar desde el casino, casi 100 pasos!!!

Quedaba poco tiempo de recreo y hasta ahora había generado pérdidas. Decidí jugar mis bolitas contra un montoncito de tiritos… eran perfectos, totalmente redondos, blancos y con unas delicadas lineas de colores a su alrededor… con este set podría impresionar a cualquiera.

Me puse en la fila (bastante larga: el dueño permitía lanzar desde corta distancia, lo que aumentaba la demanda). Mientras avanzaba, veía como cientos de bolitas rozaban el montoncito sin derrumbarlo, y los dueños (un grupo de alumnos de quinto) se metían y metían bolitas a los bolsillos… “el dinero atrae más dinero”.

Llegó mi turno. Como es oficial, primero se cantaban las reglas:
- “Con Chu” (los dueños podían hacer marullo utilizando la palabra Chuuuuuuuu mientras movían sus pies para distraer al lanzador”)
- “Rehue repite” (si mi bolita se pasaba de largo y rebotaba en la pared golpeando por rebote al montoncito, no valía).
Tomé posición. Absolutamente concentrado, no me dejé doblegar por la presión del Chu… apunté… y lancé… en cuestión de segundos mi bolita se despegó de mis dedos y rodó en dirección al montoncito, golpeándolo medio a medio. Lagrimas salieron por mis ojos, pero… algo andaba mal… el montón de tiritos no se movió. Antes de alcanzar a protestar, el jugador que venía detrás de mí me corrió y tomó su turno.

Desconcertado vi como mi bolita era introducida en el bolsillo de la cotona del líder. ¿Qué pasó? ¿No le puse la fuerza suficiente?, en medio de mis dudas, la campana se hizo sonar… menos de un segundo después el patio estaba vacío, salvo por los dueños del montón, quienes miraron a su alrededor y al percatarse que nadie los observaba, tomaron su montoncito, PERO COMPLETO!!! Los tiritos no se separaron entre sí, estaban pegados!!! Supe que había sido víctima de mi primera estafa.

Decepcionado volví a clases; mientras caminaba a la sala decidí no volver a jugar, era un mundo ruin en el que me había inmiscuido, del que no quería ser parte.

Meses más tarde, se comenzaron a vender bolitas en el centro de padres, lo que causó inmediatamente la devaluación del mercado: ya no era necesario ganarse las bolitas, ahora podían ser compradas. Esta medida terminó por destruir el mercado; ahora el que tenía más bolitas ya no era el mejor, por lo que no se ganaba el respeto… ese año el mercado colapsó, la bolsa de bolitas había quebrado para siempre.

“Recoge inmediatamente tus zapatos”, escuché a pocos metros. No había sido un cambio de estado, sino un cambio de mando.

Manual de Carreño


Tuve la genial idea de invitar a comer a mi polola para nuestro aniversario y de cumplir con la leyenda urbana llamada “pagada de piso”. Pero no a cualquier lugar, no, no, no... a uno “cuico”. Era un aniversario especial y valía la pena darnos un lujo alimenticio, así que partimos a Borde Río. Ni más, ni menos.

- Mi amor, elige el restaurant que tu quieras – le dije esperando que ella supiera qué vendían en cada uno, sin necesidad de mirar la carta.
- No, es tu invitación, así que tu eliges – Ups, eso no estaba en los planes.
- OK, vamos a ese – indique al que se veía más poblado.

A penas nos sentamos me di cuenta que iba a ser una dura y larga velada, donde todos mis conocimientos del “Manual de Carreño” serían puestos a prueba. Partiendo por la cantidad de utensilios extraños que habían en la mesa... una larga hilera hacia la derecha del plato y otra hacia la izquierda; pero eso no era lo complicado, mi madre me había enseñado que se iba avanzando de afuera hacia adentro.

- Buenos días – nos dijo educadamente el mozo ¿aquí también se llaman mozos?
- Hola – Saludamos.
- ¿Desean ver la carta de vinos? – miré hacia los ojos abiertos de mi polola.
- Pero claro – dije muy seguro.

Llegó la famosa carta de vinos. Uno más desconocido que el otro; hasta pronunciarlos era difícil ¡imagínense cómo era elegir uno! ¿Tinto o blanco? ¿Francés o chileno? Por ahí había escuchado que en la elección de un buen vino se nota la elegancia. Pero no me había fijado en un pequeño detalle... los precios, que inmediatamente me ayudaron a decidir: Media botella bastaba.

Cuando creí que el tema del vino era un obstáculo superado, aparece nuevamente el mozo. Me mira fijamente al tiempo que sostiene con ambas manos la botella de vino, mostrándome su etiqueta...

- ¿Qué quiere que haga? – le susurré desesperado a mi polola, mientras el mozo mantenía su rígida posición.
- Probablemente quiere que le digas que está bien ese vino.
- Ahh... pero si eso quiere por qué no me lo pregunta. Sí, sí, ese está bien – Le dije al mozo.

En dos segundos destapó la botella y me pasó el corcho... ¡¿Para qué me pasa el corcho?! ¡¿Acaso el no lo puede botar él?! Pensando en lo flojo y desubicado que era el tipo tomé el corcho y lo dejé a un lado. A lo lejos escuché un par de risas.

El mozo volvió a tomar el corcho y me dijo que debía olerlo.

- Pero por supuesto – tomé el corcho y lo olí. ¿Qué debía oler? Sí, tenía olor a vino, de eso estaba seguro. No nos estaba engañando ¿esa era la idea? – Sí, el corcho esta bien.

Pero el mozo no se iba, lo que no era nada bueno. Tomó mi copa (afortunadamente él la eligió, yo hubiese tomado la más pequeña) y derramó un poco de vino, muy poco. Nuevamente su mirada se posó en mí. Supuse que era la señal para beber el vino. Levanté la copa y tomé las gotas que había echado. Él seguía ahí. ¡¡¡¡¿¿Qué más quiere que haga??!!!!! ¿Acaso pretende que le diga el año de cosecha?

- Sí. Está bueno. Con ese estamos. OK. Gracias. Eso es todo. Suerte.

Llenó mi copa y la de mi polola y por fin se fue. Gracias a D´s. Pero no por mucho tiempo; a los 5 minutos volvió con el menú. Recién ahí supe que nos habíamos metido en un restaurante italiano.

Luego de observar detenidamente la carta noté que los precios no estaban. Pero antes de alcanzar a sacar conclusiones, el mozo manifestó un leve “uppsss” e intercambió mi menú con el de mi polola, el cual sí tenía los precios.

- Mi amor, parece que tu menú está malo, así que vamos a tener que compartir el... – mi amigo el mozo carraspeó. Con un sutil gesto me dio a entender que si seguía hablando iba a hundirme más en el perfecto ridículo. Se me escapó el clásico “Ahhhh”, y el mozo me guiñó el ojo. AL FIN NOS ESTABAMOS ENTENDIENDO. Este podía ser el inicio de una bella amistad...

Cada uno pidió su plato de entrada. El mío decía Raviolli relleno de jaiva, y efectivamente eso era: un raviolli relleno con jaiva... bueno, sí, es una exageración, en realidad eran tres... ¡¡¡que me costaron el sueldo del mes!!!

El tema de las normas de conducta no acabó con el vino... ahora tocaba comerse esos raviollis ¿con qué cuchillo? ¿El de pescado? Que más que cuchillo parece una espátula de torta chica... ¿Por qué tiene esa maldita forma? Es todo lo que un cuchillo no es... no tiene filo, está chueco y es flexible... entonces ¿por qué le dicen cuchillo? SOLO PARA COMPLICARME.

Luego fue el turno del segundo: spaghetti. Una pésima idea. A penas tomé el cuchillo y corté el primero el silencio invadió el restaurante. El mozo disimuladamente me acercó la cuchara... ya se estaba transformando en mi mejor amigo...

Después del postre y del café llegó la cuenta; sólo ahí noté que el corcho del vino continuaba inerte en la mesa. Filo. Tomé elegantemente mi billetera y noté su bello vacío. Nada. Ni un solo peso. ¡¡¡QUE!!! Entre cortar los spaghettis, comer con el cuchillo deforme, catar el vino, había olvidado un pequeño detalle: no money at all; el caramelito para condecorar la noche. Vaya pagada de piso la mía. Pero 6 años de pololeo bastaron para que entendiera la situación antes que yo:

- No te preocupes, yo pago.

Entrevista de Trabajo


Antes de la ya añorada primera entrevista de trabajo (que se venia el martes), vino una agitada noche. Antes de dormir re-re-revisé por última vez el currículum:

Idiomas: inglés avanzado ¿Y si piden que les hable? Mejor intermedio... no, no, que sea avanzado, al fin y al cabo estuve en el primer nivel de ingles del colegio, de algo tiene que servir. Hebreo: avanzado, oral y escrito; dudo que alguien de ahí hable hebreo; además, si estuve 12 años en el Instituto Hebreo creerán que puedo mantener una conversación fluida.

Experiencia laboral: ninguna. Ah no, líder de Maccabi... o mejor “líder de un movimiento juvenil” ¿judío? Sí, Movimiento Juvenil Judío. No... “Presidente del movimiento juvenil judío Maccabi Hatzair Chile”. Al menos suena rimbombante. Listo, a dormir.

Desperté rápidamente. Por suerte aún me quedaba bien el terno de la graduación que había permanecido colgado casi 4 años, y gracias a dios con la corbata anudada. Tomé el taxi y subí tranquilamente el ascensor… hasta que me encontré con la secretaria.

“Hola, vengo por la entrevista”
“¿Usted es periodista?”, me preguntó.
“No... vengo a ser entrevistado, no a entrevistar”.
“Ah, entrevista de trabajo entonces... sea más claro mijito”. Había comenzado con el pie equivocado, quizás era mejor que me fuera, total aún no le había dado mi nombre.
“Espere en el asiento por favor”, tomó el teléfono y me quitó la vista. “Aquí hay un niño que dice que viene por una entrevista”. Me miró. “Dice que lo espere unos minutitos”.

Silencio. Hurgueteando en los bolsillos del terno empezaron a aparecer reliquias históricas: un billete de quinientos pesos olvidados y una almendra confitada de algún matrimonio. Decidí no comerla.

“Mijito, ya puede pasar”, dijo la secretaria sin quitar la vista del PC.

Tras la puerta estaba sentado el encargado de decidir mi futuro. En su escritorio pude divisar una serie de papeles, entre los que se encontraba mi currículum, al lado de unas láminas con manchas.

“Hola MAKS, soy el encargado de selección del banco. Me gustaría hacerte unos test…s ¿cómo te gustan con azúcar o sin azúcar?”

¿¿¿¿¿Qué????? En menos de un segundo pensé mil cosas ¿Ese era el test? Piénsalo bien, ¿con azúcar o sin azúcar? Esa maldita pregunta te puede costar el puesto... hasta que se rió y entendí que había sido una broma, bastante mala, pero como él es el que elige quien queda y quien se va, reí a carcajadas.

“Cuándo ves una pared... ¿qué sientes?”
“¿Cómo que qué?”
“No se pues, ¿Qué sientes que debes hacer?”
“Ahh... doblar, obvio.”
“¿Cómo doblar? No, no... Estas detenido mirando una pared muy alta... ¿qué haces?”
“¿Preguntarme qué hago mirando una pared?”
“¿Y no sientes deseos de saber que hay detrás? ¿De escalarla quizás?”

Esa pregunta parecía importante. Podía escuchar a Don Francisco: “En la puerta uno: escalar la pared; en la puerta dos: saber que hay detrás... ¿En cual está la pega?”

“Sí, me gustaría saber que hay detrás”. Anotó algo en su cuaderno y de entre los papeles sacó un cartón blanco con una mancha al medio.

“¿Qué ves acá?”... Alguien me dijo que nunca jamás viera monstruos, pero claramente ahí había uno; es más, habían dos.
“¿Una mariposa?”, dije tímidamente.
“¿Y qué más?”... ya caché, quiere que le diga el monstruo, pero no le voy a dar en el gusto...
“Una flor”
“¿Dónde ves una flor? Señálamela por favor” Ahora si que cagué.
“Ahí”, apunte a cualquier parte de la lámina.
“¿Dónde? ¿Acá?” Me señaló la cabeza del monstruo.
“Sí, exactamente, ahí está la flor”.
“Ajá…”.

Nuevamente garabateó algo en su cuaderno. Mientras, yo pensaba que hablar de una flor y una mariposa lo iba a llevar inevitablemente a cuestionar mi sexualidad.

“Tu currículum dice que fuiste presidente de un movimiento juvenil... ¿qué hacías?”
“Estaba a cargo de más de 800 jóvenes de la colectividad judía, que se reúnen sábado a sábado para educar informalmente a través de actividades y juegos”. ¿800? Filo, qué va a saber él lo que es Maccabi
“Yaaa, me queda clarísimo”. Cerró su cuaderno y guardó las laminas que tenía en la mesa.. “Bueno Maks, eso sería todo. Muchas gracias”
“¿Entonces?”, le dije levantándome de mi asiento.
“Entonces te estaremos llamado...”. La frase fatal

Mientras caminaba hacia el ascensor pensaba: maldita pared y maldito monstruo. ¿Por qué habré dicho eso? Súbitamente sonó el despertador: Eran las 8:30 del día martes. El destino me había dado una segunda oportunidad y YA estaba atrasado...