Monday, December 26, 2005

El Mercado de las Bolitas

Gracias a mi nueva condición social, o estado civil, llegué de la pega y me quité los zapatos libremente, como no lo había hecho en años… uno primero, y el otro le siguió inmediatamente por los aires, cayendo descaradamente sobre el sillón. Al golpearse uno contra el otro, inmediatamente se me escapó, del fondo de mi mente, una palabra: “pelado”.

El solo eco de esa palabra trajo consigo recuerdos que habían estado enterrados por años: esa época en la que decir “Chupa” y “Pelado” en la misma frase era algo absolutamente natural y sin dobles intenciones. La época de las bolitas!!!

¿Todavía se juega a las bolitas en El Colegio? Casualmente a mi me tocó vivir el apogeo y caída de la divisa infantil, conformada por las siguientes medidas de cambio: la bolita, el tirito, el bolón y el bolón tirito.

El toque de la campana del recreo daba el inicio a una nueva sesión en el Wall Street infantil; el patio se repletaba de jugadores sedientos de poder, ese poder que estaba constituido por la posesión de cristales redondos en diversos tamaños y colores… era una lucha a muerte por conseguir en 15 minutos doblegar tu suerte y transformarte en el amo y señor de las bolitas, y sólo así ganar el respeto del resto (y la admiración de otras).

No era fácil la tarea; existían tantas maneras de jugar como jugadores dispuestos a probar su suerte. La primera misión consistía en deambular por el maicillo y buscar un rival a quien desafiar, antes de que te encontraran a ti, ya que desdeñar un duelo podría ser la ruina social.

“Te juego”, comenzaba el ritual.
“OK, primera sin revancha y sin definición”, frase que luego fue adquirida por otra disciplina: el cachipún.
“Chupa”, tras lo cual venía el primer lanzamiento de la bolita: la escapatoria.

El resto era en silencio. La primera bolita escapaba mientras la otra la perseguía, sin acercarse demasiado para no quedar a merced del rival… hasta que una quedaba en la mira (por lo general, la mia). Apresurado ante la posibilidad de la derrota, recordé un resquicio legal…

“Con Pepe!!!”: el contrincante sólo podría lanzar la bolita desde altura, sin dejarla arrastrar por el suelo. Gracias a lo cual logré salvarme de una “pelada” certera.

El lanzamiento no fue preciso y dejó a mi rival justo en medio de la juntura de dos planchas de cemento… esta era mi oportunidad. Precisamente cuando iba a deslizar mi divisa escuché: “Sin caminito”, regla fundamental que imposibilitaba mi acción. Decidí huir. Tras un par de lanzamientos volví a quedar indefenso; sin más reglas que añadir, rezaba porque sonara la campana para entrar a clases, la que podía dejar el juego sin efecto (“campanita salva”)… pero no sonó. Fui victima de un brutal lanzamiento: en cámara lenta vi como mi bolita era golpeada por la de mi rival. Había perdido el duelo.

Sólo me quedaban dos bolitas del botín obtenido el día anterior, el resto las había dejado en la cuenta de ahorros, con el fin de no entusiasmarme y gastarlas todas en un día.

Decidí probar suerte en los montoncitos, otro submundo. Aquí regía la ley de la oferta y la demanda; el mercado se autorregulaba: cada dueño de su montoncito establecía las reglas de lanzamiento; si el beneficio era muy alto, se podían exigir mayores riesgos (como lanzar desde una mayor distancia). Para competir en el montoncito de los bolones chinos (cuatro bolones de acero) había que tirar desde el casino, casi 100 pasos!!!

Quedaba poco tiempo de recreo y hasta ahora había generado pérdidas. Decidí jugar mis bolitas contra un montoncito de tiritos… eran perfectos, totalmente redondos, blancos y con unas delicadas lineas de colores a su alrededor… con este set podría impresionar a cualquiera.

Me puse en la fila (bastante larga: el dueño permitía lanzar desde corta distancia, lo que aumentaba la demanda). Mientras avanzaba, veía como cientos de bolitas rozaban el montoncito sin derrumbarlo, y los dueños (un grupo de alumnos de quinto) se metían y metían bolitas a los bolsillos… “el dinero atrae más dinero”.

Llegó mi turno. Como es oficial, primero se cantaban las reglas:
- “Con Chu” (los dueños podían hacer marullo utilizando la palabra Chuuuuuuuu mientras movían sus pies para distraer al lanzador”)
- “Rehue repite” (si mi bolita se pasaba de largo y rebotaba en la pared golpeando por rebote al montoncito, no valía).
Tomé posición. Absolutamente concentrado, no me dejé doblegar por la presión del Chu… apunté… y lancé… en cuestión de segundos mi bolita se despegó de mis dedos y rodó en dirección al montoncito, golpeándolo medio a medio. Lagrimas salieron por mis ojos, pero… algo andaba mal… el montón de tiritos no se movió. Antes de alcanzar a protestar, el jugador que venía detrás de mí me corrió y tomó su turno.

Desconcertado vi como mi bolita era introducida en el bolsillo de la cotona del líder. ¿Qué pasó? ¿No le puse la fuerza suficiente?, en medio de mis dudas, la campana se hizo sonar… menos de un segundo después el patio estaba vacío, salvo por los dueños del montón, quienes miraron a su alrededor y al percatarse que nadie los observaba, tomaron su montoncito, PERO COMPLETO!!! Los tiritos no se separaron entre sí, estaban pegados!!! Supe que había sido víctima de mi primera estafa.

Decepcionado volví a clases; mientras caminaba a la sala decidí no volver a jugar, era un mundo ruin en el que me había inmiscuido, del que no quería ser parte.

Meses más tarde, se comenzaron a vender bolitas en el centro de padres, lo que causó inmediatamente la devaluación del mercado: ya no era necesario ganarse las bolitas, ahora podían ser compradas. Esta medida terminó por destruir el mercado; ahora el que tenía más bolitas ya no era el mejor, por lo que no se ganaba el respeto… ese año el mercado colapsó, la bolsa de bolitas había quebrado para siempre.

“Recoge inmediatamente tus zapatos”, escuché a pocos metros. No había sido un cambio de estado, sino un cambio de mando.

1 Comments:

Blogger Pollola said...

JAJAJAJAJAJAJA
Pero para tirarse a un montoncito de tiritos no tenías que tirar con un tirito?
Otra cosa... el bolón chino era uno de vidrio verde oscuro, como el de las botellas de vino, a veces ahumados como los que ahora venden en tiendas de decoración. Los de acero se llamaban de acero. Una vez soñé con ellos, tal era mi obsesión por ganar algo más valioso que las bolitas de piedra que mi mamá insistía en comprarme (por algún lado había que empezar) porque cuando ella era chica era lo más top. Pero yo era tan mala que ni con socia logré ganar nunca nada. Opté por irme al mercado negro: los círculos (cómo se llamaban?) en el patio de la biblioteca (de básica, obvio).
Tan nostálgico que andas, Marcos, empiezas a sonar como un libro de Fuguet que alguna vez me prestaste. Debe ser un signo de vejez (que nada tiene que ver con la edad, por cierto). Pero te acabas de casar (con Deby, asumo? espero no meter la pata), no deberías estar mirando hacia adelante mejor?
Un abrazo

8:03 PM  

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