Monday, December 26, 2005

Los Preparativos


Uno creería que la presión se acababa con la entrega del anillo, pero no, ese fue sólo el comienzo. Y porque sabíamos que los preparativos eran agotadores decidimos fijar la fecha lo más pronto y cerca posible: en 4 meses, así corríamos la maratón de una, sin entrenamiento previo. Mala idea.

Así empieza la historia. Lugar: Depto. de mi futura esposa. Ocasión: celebración de la pedida de mano. Fecha: D – 120 (120 días antes del día D para los que ven pocas películas de guerra). Después de abrazar a 20 mil personas (5 en realidad) y recibir felicitaciones por la elección del anillo, vino la pregunta: ¿Cuándo? Nos miramos y corrimos a buscar un calendario… la fecha tenia que cumplir una serie de requerimientos: ser pronto (por que si), ser domingo (porque en verano shabat termina tarde), ser feriado el lunes (para que el valor de la fiesta se amortice en más horas)… lo que redujo la búsqueda a un solo día: el mismo que unos amigos.

De aquí en adelante voy a contar sólo lo que me correspondió a mí de los preparativos: mi traje. Sería. No se si por falta de confianza o por no haber asumido el liderazgo proactivamente fui marginado a pensar nada más ni nada menos que en mi traje. Y como era algo medianamente fácil, lo dejé para el final. Mala idea.

Era D – 30, y por el bien de mi futura señora y un posible ataque de stress, decidí comenzar mi cruzada. La primera variable era arrendar o mandar a hacer, por la premura ya no alcanzaba a ir a un modisto, así que partí por las tiendas de novios… empezaron a aparecer miles de ellas en lugares por lo que había pasado cientos de veces y nunca había visto. En la primera me fue mal, no me gustó ni uno (sí sé, me creí el cuento, pero tampoco me podía comprar el disfraz en la primera tienda, no podía ser tan fácil). En la segunda no había de mi talla y en la tercera no había de mi presupuesto. Mi búsqueda por ese día había concluido.

D – 20, ya me estaba dando por vencido hasta que mi suegro milagrosamente me ofreció un salvavidas: un sastre experto en novios, bueno, bonito y barato. Fui. Camino al centro empecé a buscar la calle escrita en un post it, debajo del nombre “Cesar Sastre”, hasta que el olor de un pasaje me llamó la atención: ahí era. Subí unas escaleras de caracol hasta encontrarme con el departamento del caballero. Me abre una señora de edad y me dice que espere a Cesar unos minutos sentado. El paisaje del lugar estaba decorado, entre vírgenes y payasos, con fotos del sastre junto a Ivan Zamorano mientras el primero le tomaba las medidas al segundo. Excelente, si el futbolista pasó por ahí antes de vestirse con Armani, iba por buen camino. Claro que Zamorano se veía demasiado joven y probablemente jugaba en Cobreandino en esa época.

“Marcos, pasa”, me dijo el encargado de salvarme de un divorcio prematuro. Me entregó unas revistas de novios para que eligiera el modelo que más me gustara. El que elegí no le gustó, por lo que decidí seguir el consejo del experto y cambiar de página… hasta que llegamos (en forma absolutamente guiada) al modelo que vestiría el día D. Elegimos telas y pasamos a la parte de las medidas. Cada vez que alargaba la cinta métrica garabateaba algo en un papel y balbuceaba un comentario para sí: “piernas cortas”, “flaco pero con mucha guata”, “sin hombros”. No sólo me dieron ganas de matarlo, sino que hasta pensé en matarme… era un deforme por todas partes y no me había dado cuenta!!! Hasta que comenzó a subir la cinta por el interior de mis piernas, bien arriba… como era la primera vez que alguien me tomaba medidas, supuse que era incómodamente normal (juré nunca contárselo a nadie, pero evidentemente fallé). Preferí no decir nada y volver en una semana más a probarme la obra maestra del sastre/sexopata.

A la semana siguiente no estaba listo (por supuesto que intenté ocultar esta información a la novia, que tenía su vestido hace meses). Sólo lo pude probar el día D – 7, un poco tarde, pero no tan terrible, a menos que… sí, no me quedaba bien. Terrible. Claro que era mi culpa según el sastre ya que se me había encogido una pierna y crecido la guata. Le hizo un par de ajustes, y prometió que estaría al día siguiente. Estuvo. Pero no las camisas. Con esas ya no llegaba. Agradecí que sólo me haya tocado encargarme del traje. Anoté una D en el post it que todavía tenía en el bolsillo: “Cesar D-sastre”.

Como epílogo de esta trágica historia sólo puedo agregar que: mi suegro, gracias a los llantos de mi novia, se encargó de la camisa. El traje logró ocultar todas mis malformaciones congénitas. Nadie se percató de mi traje (la fiesta es de la novia) y que finalmente el pantalón se rajó en la mitad de la fiesta. En resumen: salió todo bien.

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